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Flipped Classroom

Hace un año se me ocurrió que podría grabar mis clases en vídeo, sin suponer un esfuerzo excesivo. Con esto me refiero a no tener que invertir un dineral en un estudio de grabación y trabajar grabando durante horas. Por ello, me puse a ello utilizando la técnica “draw my life”, que consiste en dibujar sobre un papel e ir hablando, haciendo uso de herramientas muy rudimentarias, como el móvil o el micrófono que viene con la PS4. De hecho, los primeros vídeos tienen una calidad muy pobre, tanto en iluminación, como movimiento de la cámara, etc. Aunque, por muchos motivos, les tengo especial cariño. Los siguientes tienen una elaboración más cuidada.


La clave del Flipped Classroom es que el alumno vea un vídeo corto en casa como deberes, y que haga ejercicios en clase con el asesoramiento del profesor. Hay cientos de vídeos en internet, pero yo quería hacerlo con mi propia forma de contar las cosas, para asegurarme que se contaba lo que consideraba importante. Por supuesto, luego el alumno puede ver los vídeos que quiera para completar, pero quería que mi clase tal cual estuviese online. Aun así, tenía mis dudas respecto a este sistema, hasta que hubo algo que me hizo pensar que sería una buena idea. No sé si lo escuché en un curso, o me lo explicó alguien, o quizá (muy posiblemente), lo leí en algún periódico.


El cambio vino en lo siguiente: el alumno ve el vídeo en casa, y antes de ponerse a hacer ejercicios en clase, se dedican diez o quince minutos de la clase a hacer una revisión. Y eso supuso la diferencia, esa revisión. Porque en esos diez o quince minutos, si la clase ha visto el vídeo, simplemente hay que repasar y ver si hay alguna duda, matizar alguna cosa, y dejando la media hora o tres cuartos restantes para hacer ejercicios en clase. Es como una clase acelerada. Se supone que al alumno ya le suenan las cosas, por lo que solo hay que hacer una revisión, y además el propio alumno está deseando acabar el repaso, porque siempre es más entretenido hacer ejercicios que tener que estar callado mirando al profesor.


Y exactamente así sucedió con las clases buenas, las primeras veces. De hecho, en esos casos las notas fueron extraordinariamente altas en la prueba que hice para comprobar cómo había ido el método. Algunos me decían que es que la prueba había sido muy fácil, y yo intentaba justificarme diciendo que era la misma que el año pasado, con los números cambiados, y con resultados mucho peores. Más de dos puntos de diferencia en promedio.


La cuestión es que durante la clase, aprovechamos mucho más el tiempo, la explicación fue mucho más corta, y las notas fueron muy buenas. ¿Entonces, ningún “pero”? Por supuesto que sí, nada es perfecto.


Ya la primera semana hubo problemas con dos clases. Calculo que la mitad de la gente había seguido la instrucción de ver el vídeo en casa, y con un puente por delante, en esas clases. Es más, recuerdo que les dejé la última parte de la clase del viernes (tenían dispositivos en el aula conectados a internet), por si alguno no tenía tiempo en el puente pudiese ver el vídeo antes de irse.


Al llegar a clase después del puente, en mi primera clase todo salió bien. Muy bien de hecho. Recuerdo que me reí mucho con ellos, la clase fue muy dinámica, y todo salió muy bien. Me sorprendió el grado de comprensión. Creo que es mucho arriesgar, pero apostaría a que toda la clase vio el vídeo. Motivado con este resultado, llegué a la segunda clase, del mismo nivel académico. De nuevo, puse un ejemplo en la pizarra, y prácticamente nadie supo decirme cómo empezar. Deduzco que la gente que vio el vídeo era también la gente más vergonzosa, pues después de la clase alguno vino a decirme que sí sabía responder, pero le daba vergüenza porque muchos no habían visto los vídeos. Obviamente me tensé. Por decirlo suave.


No siendo suficiente con ello, alguno directamente dijo que no había visto el vídeo, pero que yo se lo tenía que explicar. Obviamente, me enfadé (ya no tan suave). No solo no había hecho caso de las indicaciones, sino que además demandaba una explicación que, por otra parte, ya tenía en un vídeo. La factura artesanal de los vídeos respondía precisamente a esa queja. Si yo diese clase en pizarra, diría lo mismo que en los vídeos, escribiendo lo mismo que en la pizarra y haciendo seguramente los mismos ejemplos. Es decir, es la misma clase que daría en directo. De hecho, ver una de mis pizarras al acabar la clase, y ver el último fotograma del vídeo es esencialmente lo mismo.


La sensación que se te queda es de absurdo absoluto. ¿Qué le dices a esa persona que te demanda una explicación que ya tiene, pero que no le ha dado la gana ver por su cuenta? Por supuesto hubo tensión en aquella clase, y aun en las siguientes. Y, sin embargo, todavía recuerdo, entre otras, a una alumna, no especialmente brillante en matemáticas, que mientras hacía ejercicios al haberles dejado tiempo para ello, y hacerle una pregunta compleja, me respondió con una rapidez y una precisión que no esperaba. Instintivamente, le pregunté que cómo sabía eso y, con una sonrisa, me dijo “porque lo decías en el vídeo”.


Ahí empecé a pensar si merecía la pena o no. Porque lo mismo que pasaba en estos cursos pasaba en otros. Pasado el momento inicial de hacer algo diferente, al segundo intento de hacer vídeos, había varios que no los veían. Y, sin embargo, había otros que aquello fue su tabla de salvación. Por supuesto, el problema debería ser suyo, pero es cierto que, si no escuchan ninguna explicación, ni siquiera esa que haces mientras ese alumno está despistado, el retraso que tiene es el mismo que cuando ha empezado el curso, y eso era peligroso. No me cabía en la cabeza cómo podían actuar así, y menos aún con dispositivos en clase y con tiempo para ver los vídeos en la propia clase, sin necesidad siquiera de verlos en casa. Pero tampoco podía olvidar que mucha otra gente me demandaba los vídeos, ya que les era infinitamente más sencillo estudiar de esa forma.


Por supuesto, los primeros decían que sí, que hiciese vídeos, y que explicase a la vez. Lo cual no tiene sentido porque precisamente la clave de los vídeos es eliminar la clase tradicional. Obviamente habría una parte de explicación, pero supuesto de antemano que tienen una idea del tema, no dejando los vídeos ahí “por si acaso” o para dar un repaso final, sino como herramienta vehicular.


Todo esto hizo que, pasados dos meses en los que creé mucho material, abandonase temporalmente la idea. Una idea que me gustó mucho, pero que me estaba costando más peleas de las que creí necesario. Sin embargo, no me sentía bien abandonando el proyecto, porque había mucha gente a la que le venía muy bien. Por ello, me dije a mí mismo que, al menos, los vídeos correspondientes a la parte más complicada del curso quedarían hechos. Y así fue. Y que, quizá, en un futuro, retomaría la empresa.


Ha pasado aproximadamente un año desde que dejé de hacer los vídeos. Por supuesto los he reutilizado este año, aunque no he querido hacer auténtico Flipped Classroom sino que, aprovechando que tienen dispositivos en el aula, he planteado un trabajo en que tenían que ver los vídeos y hacer unos ejercicios en clase a la vez, de forma que estuviesen más obligados a verlos y más controlados al estar yo presente. Lo cual, por otra parte, es triste.


Pero no quiero desistir en la idea de hacer la clase auténticamente invertida, pues el potencial que tiene es enorme. No solo ellos ahorran tiempo, sino que lo ahorras tú, pues mientras están haciendo ejercicios, puedes dedicarte a preparar otras cosas, suponiendo que la clase lo haya entendido bien. O, mejor aún, puedes aprovechar a conocer a tus alumnos, ya que nada tiene que ver el contacto que tienes con ellos cuando hablas para treinta, que cuando les atiendes individualmente. Y preguntan sin miedo, cosa que muchos no hacen cuando se trata de la clase completa.


Las ventajas, por tanto, son enormes, en todos los sentidos. Además de lo dicho anteriormente, el material utilizado se puede aprovechar otros años, los alumnos trabajan más y mejor, hacen más ejercicios y pueden funcionar de forma autónoma, pues las dudas se las preguntan en directo al profesor, en vez de hacerlo en casa a sus padres, en caso de que alguno sepa responderles. Elimina la presión que supone ir a clase con los deberes sin hacer o hechos mal por no haberlos entendido, pues cualquiera puede ver un vídeo en casa y, si no se entiende, verlo por segunda vez o esperar a la explicación del día siguiente. Sin embargo, si no ha quedado claro el tema durante el día, es muy difícil hacer los deberes por la tarde, en caso de hacerlos. Y, si se hacen sin saber cómo, puedes dedicar horas a ello (además de hacerlo mal), mientras que ver un vídeo de diez minutos te llevará eso: diez minutos. A lo sumo veinte si, por seguridad, quieres verlo una segunda vez. Y no hay posibilidad de hacerlo mal viendo un vídeo, pues, en el peor de los casos, si no te enteras de nada, al menos te suena para el día siguiente.


El efecto buscado es el de la clase particular. El profesor de clase particular explica algo individualmente al alumno, al que ya se lo han explicado en la clase regular, y la reacción habitual es “explicas mucho mejor que mi profesor”. Y no es cierto. Con los años me he ido dando cuenta de ello. Lo que ocurre es que, en clase, el alumno escucha lo que se dice y se entera mejor o peor. Y en casa, el profesor particular explica sobre unos conceptos que ya le suenan, lo que es realmente sencillo, pues solo tienes que tapar baches, no crear una carretera nueva. Lo difícil es explicar algo por primera vez, y convencer a los alumnos que tengan paciencia, que acabarán por entenderlo, sin que se desenganchen.


El efecto de los vídeos es el mismo, pero con el profesor y consigo mismo en los papeles anteriores. El vídeo explica los contenidos, y el día siguiente en clase, el profesor hace las veces de “profesor particular”, explicando de nuevo el contenido, y dejando tiempo para hacer ejercicios y explicar las cosas individualmente. El caso de la chica de antes, que decía “porque lo decías en el vídeo”. Esa chica que, quizá, no me habría escuchado en una clase normal.


Las desventajas en realidad son pocas, siempre que tengas tiempo en casa para crear el material, y conocimientos para editarlo. El tiempo a la larga es un problema a medias, ya que es cierto que el material se reutiliza con facilidad y además suele servir incluso para varios cursos distintos, aunque sea como repaso del curso anterior (que, por otra parte, es donde suelen venir la mayor parte de los errores). El problema real es cuando la educación no llega al nivel de que el alumno entienda que, si no ve el vídeo, no puede luego exigir nada, porque la clase sigue. El problema es que, al menos en mi experiencia, lo hacen, y eso puede llevarles a resultados catastróficos, o a que tú te multipliques para hacer el doble que lo que harías normalmente, o que dediques la clase a explicar de nuevo, perjudicando a toda esa gente que sí ha hecho lo que tenía que hacer. Y eso es muy frustrante, para todos. En realidad, creo que es la única desventaja: contar con alumnos cuya implicación no llega ni a ese nivel, y que no tienen la vergüenza de, si no hacen lo que se les pide, agachar la cabeza y asumir su error, sino que además la levantan y combaten. Y contra eso es difícil luchar.


No obstante, creo firmemente que son minoría. Y aunque esta técnica supone un esfuerzo importante, tanto en la creación como en dedicar clases a convencer a los alumnos de su utilidad, al final el saldo es enormemente positivo, pese a las luchas continuas. Y de cara a los padres, muchos me agradecieron el año pasado el trabajo de los vídeos. Muchos me decían que habían visto ellos mismos los vídeos y les habían gustado mucho. Y me agradecían sobremanera el hecho de que, quizá ellos por su cuenta, no podían ayudar a sus hijos, pero gracias a que la explicación estaba en YouTube, no tenían ningún problema en seguir lo que se les pedía a los alumnos. Algunos se miraban primero los vídeos para recordar cosas, y luego hacían deberes o repaso con ellos. Incluso hubo muchos agradecimientos de padres cuyos hijos intentaban boicotear el proyecto, curiosamente. La mayor parte, de hecho.


Como decía antes, es verdaderamente curioso. Hace un año desde que dejé de hacer vídeos. Lejos de quedar el canal a la deriva, durante este año ha estado especialmente activo, sin subir nada de material nuevo. Me sorprende analizar las estadísticas de YouTube y comprobar que han visto mis vídeos aproximadamente el mismo número de personas en Latinoamérica que en España, y eso teniendo en cuenta que, por varios factores, no debo aparecer todavía muy arriba en las búsquedas. Eso no quita para que uno de los vídeos lleve más de mil visitas, y para que el número de suscriptores alcance más de ciento veinte. Y todo ello con un par de meses o tres de creación de vídeos. Por supuesto, llevo un Excel donde de vez en cuando apunto los resultados actuales, para poder ver la evolución. Y las visitas siguen subiendo, y no necesariamente porque le diga a tal o cual clase que vean un vídeo concreto. Actualmente, el número de visitas totales se acerca a las 8000, que es un número que me da incluso cierto vértigo. Porque, como decía, todo está hecho de forma muy rudimentaria (porque también quería que fuese así), y porque tan solo fueron un par de meses o tres haciendo unos cuantos vídeos, cuando lo propio es que suba material regularmente, no dejar el canal parado.


Por tanto, en definitiva, es una experiencia más que recomendable, una vez pasada la vergüenza inicial de ponerse una cámara delante (aparezca o no tu cara, que es un poco lo de menos). Es cierto que no puedes hacerlo en cualquier momento, sino que requiere de preparación o, al menos, montar un sistema que te permita garantizar una mínima calidad, así como tiempo para crear el vídeo en bruto, y luego editarlo convenientemente. Pero, aun así, merece la pena. Y seguro que a los alumnos aplicados también les merece la pena.


Muchas veces, cuando hacía los vídeos, sobre todo los últimos, me preguntaba si aquello tenía sentido o no. Y, antes o después, me venía a la cabeza la cara de uno de esos alumnos, que tenía puesto el aviso para cuando subiese vídeo nuevo, y que prácticamente según lo subía ya lo estaba viendo. Uno de esos alumnos cuya precisión con la asignatura mejoró enormemente (y fueron muchos). Con uno solo de esos alumnos, de entre los cientos de alumnos anuales, ya merece la pena todo el esfuerzo invertido. Uno de esos alumnos a los que preguntan que cómo saben un concepto complicado, y te responde “porque lo decías en el vídeo”.

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